el texto que podría haber sido y no fue:
PARTITURA DE NIEVE
Federico Granell amplía en Viaje de invierno, que hoy inaugura en Gema Llamazares, el mundo melancólico y suburbano de la obra con la que ganó el último premio de la Junta General
J. C. GEA
Hace sólo unos días, Federico Granell (Cangas del Narcea, 1974) colgaba en la escalinata central del Parlamento autonómico la obra con la que ganó la novena edición del certamen pictórico que convoca por la Junta General del Principado: una visión urbana, casi abstracta en su depuración de elementos, en la cual un paisaje nevado es atravesado por personas anónimas y algunos vehículos que dejan un sutil rastro de su paso en la nieve. Viaje de invierno era el schubertiano título de la obra, y lo es también el de la muestra que inaugura esta tarde en la galería gijonesa Gema Llamazares, en la que el joven pintor exhibe la serie de la cual forma parte la obra premiada: una colección de 24 cuadros y una escultura en los cuales Granell despliega el mismo mundo helado y suburbial que abrió en la Junta General por unos días.
Del mismo modo que Franz Schubert se basó en los poemas del Winterreise de Wilhelm Müller para su célebre ciclo de lieder, Granell se ha inspirado en esta hermosa colección de composiciones para su particular periplo invernal. Pero lo ha hecho de una manera aún más libre y descomprometida que la del músico respecto al poeta. Aunque respeta las 24 estaciones del viaje en los 24 cuadros de la exposición, la pintura se limita a trasponer la atmósfera de melancolía y desolación bajo el concepto de estampas o estancias ensambladas en una misma unidad temática; en este caso, la experiencia de un viaje a Pekín, aunque toda anécdota haya sido podada hasta conseguir un aire de neutra universalidad que encierra en sí una paradoja: la idea de viajar para acabar fascinado por el misterio de lo que se repite en todas partes.
Granell ha insistido en estudiar ese misterio de lo común, lo que se reitera en cualquier espacio y en cualquier tiempo, en sus pinturas de interiores de aeropuertos, en las que atiende e individualiza precisamente aquello que el viajero ignora y borra de su memoria, o en la reflexión sobre la repetición y la variación que apuntó en MMVII, un calendario de 366 fotografías en el que se repite el mismo encuadre de una cocina y la misma acción del desayuno diario. Ahora, el pintor ha salido al exterior para encontrarlo en el territorio indiferenciado de los suburbios, en un paisaje que equidista de lo urbano y de lo natural, y en el que el despojamiento de colores y de formas del invierno y la imprimación de uniformidad que impone la nieve consiguen nivelar aún más. Podría ser Pekín no más ni menos que cualquier otro lugar.
La metafísica que sin duda interesa a Federico Granell, y que emparenta su obra con la de pintores de la generación anterior adscritos por lo común a ese término, se basa en esa ausencia de énfasis y de circunstancia. Persiste un elemento narrativo, pero no tiene tanto que ver con la literatura o la fotografía tanto como con el cine o incluso el videoarte, la música o el clip musical. Y hay una huida de lo anecdótico que impide que se enrede en el gusto por la metáfora o la alegoría, la cita y la ironía intertextual que manifiestan, por lo general, los metafísicos.
No es imposible tensar el hilo alegórico de estas 24 piezas si se conectan las dos imágenes que Granell ha colocado al principio y al final de la serie: una persona que sale de un paso subterráneo o una boca de metro a un exterior invernal y un cuerpo caído en la nieve. Pero tampoco es imprescindible forzar esa tensión para que la obra deje caer su comentario, romántico pero en absoluto gesticulante o dramático, sobre la condición humana, entendida como tránsito, aislamiento y expectación sobre el trasfondo de paisajes desolados y ajenos poblados por figuras anónimas. Para pintarlo, Granell se apoya en una minuciosidad y delicadeza técnicas que empiezan a constituír la marca de fábrica de una parte de la joven pintura asturiana que está regresando a la figuración desde una mirada contemporánea (Chechu Álava, Juan Fernández, Ruiz de la Peña, Mónica Dixon…), y exprimiendo las posibilidades de una paleta de colores que se limita a lo que permite el invierno, y de una composición basada en la descontextualización, el seccionamiento aleatorio de figuras y fondos y el vaciado sistemático de referencias. Al final, la nieve de la 24 estaciones de este viacrucis glacial y periurbano funciona como el arrugado fondo de un papel o una partitura sobre los cuales escribir, componer o pintar un poema que comparten por igual los versos iniciales que entona el viajero del Winterreise de Müller: Llegué como un extraño, como un extraño me marcho.
en la imagen, la señal. óleo/lienzo 50x50cm.
PARTITURA DE NIEVE
Federico Granell amplía en Viaje de invierno, que hoy inaugura en Gema Llamazares, el mundo melancólico y suburbano de la obra con la que ganó el último premio de la Junta General
J. C. GEA
Hace sólo unos días, Federico Granell (Cangas del Narcea, 1974) colgaba en la escalinata central del Parlamento autonómico la obra con la que ganó la novena edición del certamen pictórico que convoca por la Junta General del Principado: una visión urbana, casi abstracta en su depuración de elementos, en la cual un paisaje nevado es atravesado por personas anónimas y algunos vehículos que dejan un sutil rastro de su paso en la nieve. Viaje de invierno era el schubertiano título de la obra, y lo es también el de la muestra que inaugura esta tarde en la galería gijonesa Gema Llamazares, en la que el joven pintor exhibe la serie de la cual forma parte la obra premiada: una colección de 24 cuadros y una escultura en los cuales Granell despliega el mismo mundo helado y suburbial que abrió en la Junta General por unos días.
Del mismo modo que Franz Schubert se basó en los poemas del Winterreise de Wilhelm Müller para su célebre ciclo de lieder, Granell se ha inspirado en esta hermosa colección de composiciones para su particular periplo invernal. Pero lo ha hecho de una manera aún más libre y descomprometida que la del músico respecto al poeta. Aunque respeta las 24 estaciones del viaje en los 24 cuadros de la exposición, la pintura se limita a trasponer la atmósfera de melancolía y desolación bajo el concepto de estampas o estancias ensambladas en una misma unidad temática; en este caso, la experiencia de un viaje a Pekín, aunque toda anécdota haya sido podada hasta conseguir un aire de neutra universalidad que encierra en sí una paradoja: la idea de viajar para acabar fascinado por el misterio de lo que se repite en todas partes.
Granell ha insistido en estudiar ese misterio de lo común, lo que se reitera en cualquier espacio y en cualquier tiempo, en sus pinturas de interiores de aeropuertos, en las que atiende e individualiza precisamente aquello que el viajero ignora y borra de su memoria, o en la reflexión sobre la repetición y la variación que apuntó en MMVII, un calendario de 366 fotografías en el que se repite el mismo encuadre de una cocina y la misma acción del desayuno diario. Ahora, el pintor ha salido al exterior para encontrarlo en el territorio indiferenciado de los suburbios, en un paisaje que equidista de lo urbano y de lo natural, y en el que el despojamiento de colores y de formas del invierno y la imprimación de uniformidad que impone la nieve consiguen nivelar aún más. Podría ser Pekín no más ni menos que cualquier otro lugar.
La metafísica que sin duda interesa a Federico Granell, y que emparenta su obra con la de pintores de la generación anterior adscritos por lo común a ese término, se basa en esa ausencia de énfasis y de circunstancia. Persiste un elemento narrativo, pero no tiene tanto que ver con la literatura o la fotografía tanto como con el cine o incluso el videoarte, la música o el clip musical. Y hay una huida de lo anecdótico que impide que se enrede en el gusto por la metáfora o la alegoría, la cita y la ironía intertextual que manifiestan, por lo general, los metafísicos.
No es imposible tensar el hilo alegórico de estas 24 piezas si se conectan las dos imágenes que Granell ha colocado al principio y al final de la serie: una persona que sale de un paso subterráneo o una boca de metro a un exterior invernal y un cuerpo caído en la nieve. Pero tampoco es imprescindible forzar esa tensión para que la obra deje caer su comentario, romántico pero en absoluto gesticulante o dramático, sobre la condición humana, entendida como tránsito, aislamiento y expectación sobre el trasfondo de paisajes desolados y ajenos poblados por figuras anónimas. Para pintarlo, Granell se apoya en una minuciosidad y delicadeza técnicas que empiezan a constituír la marca de fábrica de una parte de la joven pintura asturiana que está regresando a la figuración desde una mirada contemporánea (Chechu Álava, Juan Fernández, Ruiz de la Peña, Mónica Dixon…), y exprimiendo las posibilidades de una paleta de colores que se limita a lo que permite el invierno, y de una composición basada en la descontextualización, el seccionamiento aleatorio de figuras y fondos y el vaciado sistemático de referencias. Al final, la nieve de la 24 estaciones de este viacrucis glacial y periurbano funciona como el arrugado fondo de un papel o una partitura sobre los cuales escribir, componer o pintar un poema que comparten por igual los versos iniciales que entona el viajero del Winterreise de Müller: Llegué como un extraño, como un extraño me marcho.
en la imagen, la señal. óleo/lienzo 50x50cm.
me gusta este texto. debería haber sido.
ResponderEliminarestoy de acuerdo contigo pero esta exposición trata más de lo que debería haber sido y no fue, con lo que me parece perfecto así.
ResponderEliminarademás es una exclusiva del blog :-)